El 23 de abril de 1980 fui detenido por un comando del grupo paramilitar denominado “Brigada Blanca”, cuando realizaba una actividad revolucionaria de agitación y propaganda socialista, acompañado de dos camaradas en la zona industrial de Naucalpan, Estado de México.
Jornada combativa de propaganda socialista por el Primero de Mayo, en memoria de los Mártires de Chicago y en solidaridad con la clase obrera salvadoreña que en esas fechas enfrentaba una creciente actividad represiva por parte de las fuerzas armadas de ese país.
Como es conocido por todos los obreros, las distintas zonas industriales viven en permanente estado de sitio, por considerarse las fuentes de descontento potencialmente más peligrosas para el Estado; es ésa la política del gobierno. La Dirección Federal de Seguridad (DFS) a todas luces anticonstitucional, dirige y coordina la actividad de grupos paramilitares como “La Brigada Blanca”, el “Grupo Zorba” y el “Grupo Jaguar”, en quienes recaía la tarea de detectar, perseguir y nulificar la actividad de las organizaciones revolucionarias clandestinas, en particular de la Liga Comunista 23 de Septiembre.
Días antes habían interceptado propaganda distribuida por nosotros en distintas áreas de la ciudad, hecho que motivó una intensificación de la vigilancia en otras tantas zonas, entre ellas la de Naucalpan, buscando detener a alguno de nosotros al repartirla en fábricas y autobuses que por ahí circulan.
Esa mañana, aproximadamente a las 5:30 a.m., abordamos un autobús y después de terminar nuestra tarea descendimos de él para repetir la operación, subimos a otro cuando los ocupantes de un automóvil vieron a algunos obreros que habían descendido del primero llevando en sus manos el periódico y volantes. Al preguntarles dónde los habían conseguido pues también ellos deseaban tener esa propaganda, les señalaron que la había repartido en el autobús. Inmediatamente los paramilitares se comunicaron con los demás agentes que en diversos vehículos patrullaban la avenida.
Fuimos seguidos por dos automóviles de modelo reciente. Mis acompañantes, que alcanzaron a darse cuenta del hecho, lograron bajarse antes del lugar acordado y así burlar la persecución y evitar ser detenidas. Cuando yo lo hice, preocupado al notar su ausencia, ya se encontraban dos autos colocados atrás y a un lado del autobús.
Ven bajar a un hombre solo con aspecto “sospechoso” y no pierden tiempo en tratar de detenerme. Al dar tres o cuatro pasos desde la esquina hacia dentro de la calle, escucho: ¡Alto, no te muevas o te lleva la chingada! ¡Las manos arriba!. De reojo, observo que desde un automóvil con la portezuela abierta me apuntaban con una arma larga y sobre el toldo del mismo, uno más, con una pistola escuadra. Instintivamente doy una semivuelta e intento defenderme; inútil. Entra a la calle otro automóvil, deslumbrándome con su luz; y de él saltan tres hombres, uno se abalanza sobre mí, desarmándome; otro me golpea en la cabeza con la culata de su rifle, provocándome una herida, y otro más recoge el maletín donde transportaba la propaganda.
Contra portada del Número 49 del Periódico Madera,
publicado el 5 de mayo de 1980 por la
Brigada Roja de la Liga Comunista 23 de Septiembre
En el suelo continúan los golpes. Inmovilizado y sangrando, destrozan mi camisa y con los jirones me atan las manos a la espalda, e improvisan una venda cubriéndome los ojos. Soy subido al automóvil de donde saltaron mis captores, como un costal de papas, me arrojan al piso en la parte trasera. Los zapatos y calcetines me son quitados.
Fue así, en fracciones de segundo, como sólo a mí me hicieron prisionero, cerca de las 6:00 a.m. Tirado sobre el piso del automóvil, intentaba poner en orden mis ideas, todo parecía un sueño, una pesadilla, no lograba concebir mi captura.
Todo había comenzado a mediados de la década de los 70’ cuando siendo estudiante del Colegio de Ciencias y Humanidades, plantel Vallejo, tomé la determinación de participar y hacerme miembro de la Liga Comunista 23 de Septiembre (LC23S). Organización fundada a finales de 1973 producto de la fusión de los distintos grupos armados surgidos después de la represión del gobierno en contra del movimiento estudiantil de 1968. Como forma de organización autónoma e independiente del Estado, pero sobre todo porque su principal labor estaba encaminada a educar políticamente a nuestro pueblo, organizarlo y dirigir sus luchas tanto políticas como reivindicativas, pronto la Liga, fue combatida en todos sus frentes, tildándola de terrorista, mata policías e incluso se intentó culpar a la Central de Inteligencia Americana (CIA), pues veían en ella a sus agentes.
Desde 1977 era buscado por la policía por el hecho de pertenecer a tal organización. Como dato curioso, la mayoría de los 540 desaparecidos políticos en México pertenecían a la LC-23S a la hora de su detención, muy pocos fueron consignados ante los tribunales judiciales, muchos se encuentran con seguridad en alguna cárcel clandestina, sufriendo indudablemente tortura y malos tratos, desde aquí hago un llamado al gobierno mexicano, exigiendo su presentación y libertad – esperando encontrar eco -.
Transcurridos unos minutos llegamos a un lugar, que por lo breve del recorrido y la cercanía del lugar no podría ser otro que el Campo Militar Número Uno. Entramos en lo que parece ser un estacionamiento. Entre gritos de júbilo, uno de mis captores grita: ¡Ya cayó la Liga cabrones! Bajando del carro soy conducido a la carrera sobre un piso arcilloso, para después introducirme por una puerta hacia un pasillo en forma de “L”. Al llegar al fondo me hallo en un cuarto, sentándome en una silla, me es quitada la improvisada venda de los ojos, lo poco que veo es un lugar semivacío donde el único mobiliario visible consiste en un escritorio, silla y un teléfono. Quiero voltear, pero advierten: no voltees, cabrón. El local estaba lleno de agentes policiacos.
Frente a mí se presentan cuatro personas, a una de las cuales todos se dirigían como “Comandante”. Este desquiciado mental sería quien dirigiría el interrogatorio y la tortura, no sólo en esta ocasión sino en sucesivas sesiones.
Comenzaron las preguntas sobre mi nombre, dirección, quiénes me acompañaban, si las llaves en mi poder eran del carro que traían, etc.
Se oyó entonces una voz: no sean pendejos, eso no importa! Por ahora, lo que nos tiene que decir es en dónde vive. A toda pregunta con o sin respuesta, era tundido a golpes, una y otra vez.
– Hijo de la chingada… ¿No quieres decir nada, eh? Pues aquí hasta el más gallo canta. Pónganle de nuevo la venda – ordenó quien dirigía el interrogatorio. Puesta la venda y conducido a otro sitio me ordenan: ¡corre, corre, corre cabrón! ¡Corre o te mueres! De un empujón voy a estrellarme contra la pared, ruedo al suelo, más golpes, patadas sobre todo en la cara y en la boca del estómago recibo, estando en el piso.
No hago más que quedarme quieto. Otra andanada de golpes, casi en la inconsciencia, no siento ya los golpes, las voces las escucho lejanas. Recobrando un poco el sentido, se ponen a brincar sobre mí. ¡Cayó la liga! ; celebrando su cacería, se divertían con su presa.
Espero ganar tiempo. Sé que si digo algo, cualquier cosa, no podré ya después contener el acoso de las preguntas. No pienso entregar, ni delatar a ninguno de mis compañeros, deseo con todo lo que soy en esos momentos ellos se den cuenta de mi detención y abandonen todo sitio, punto de reunión y no frecuenten los lugares de costumbre.
No sabían quién era, qué hacía, ni en qué nivel militaba; esto servía de algo. Parece que le quieres hacer al macizo; para quitarte la sed vamos a invitarte unos refrescos. Empezaron a darme agua mineral –tehuacán – con chile por las fosas nasales. Uno, dos, tres… No se vaya a morir, dijo alguien, mientras la sensación de asfixia y el ardor en las vías respiratorias, en el pecho son insoportables.
¡Qué se va a morir este hijo de su…! Si los entrenan para esto y más. ¡Traigan otros tres…!
Escucho risas. Siento una sanción extraña por la nariz y boca, la cabeza me duele por dentro y fuera. Sin embargo, era poco, por todo lo que podían hacer conmigo aún.
Habiéndose cansado de tanto golpearme, necesitaban un descanso, pero el interrogatorio no cesaba. Me dolía todo el cuerpo, no hablaba, no podía. Me sientan y atan a una silla para comenzar con los toques eléctricos, especialmente en las partes nobles. La desesperación es indescriptible, quieres saltar, pero llueven golpes. Tengo los ojos vendados y atadas las manos a la espalda, caigo al suelo con todo y silla. No seas…, de aquí no vas a salir vivo. Mira, si cooperas, tú ya estás dado, no nos interesas; Queremos a los de la Dirección Nacional; al “Piojo”, tú lo debes conocer y nos lo vas a entregar, las viejas que bajaron antes ¿iban contigo? ; mejores elementos y tus jefes cantaron… bueno ¡hasta el Che Guevara cantó! Y eso que murió por más nobles ideales, no como los de la “23”; ustedes no son más que delincuentes comunes.
Se iniciaba el tratamiento “psicológico”, para “aflojar” ya que con toques eléctricos, tehuacán y golpes no se podía; pero el “interrogatorio” y su forma para tener respuesta continuaban. No, lo que éste quiere es el pozo con máscara. Ahora vas a ver cómo nos cogimos a tus cuates en Monterrey .
Lo que ellos denominan “tortura de tercer grado”, consiste en ponerte en una pileta llena de agua, con una máscara de caucho en la cara, similar a las de buceo, la cual tapa nariz y boca impidiendo respirar, dándote a la par toques eléctricos. Esta práctica se asemeja un tanto al “Cristo”, el cual consiste también en atarte con lienzos de pies a cabeza a una tabla la cual sumergen a un pozo con agua, llegando muchos detenidos a perder los órganos auditivos, porque les estallan, cuando se les pasa la mano a tus captores. Pileta con máscara también soporté, pero seguía más.
El tiempo parece no transcurrir. ¿Cómo te llamas? ¿Dónde vives? ¿Quiénes son? ¿Dónde los conociste? ¡Traigan las fotografías para ver a quien identifica! ¿Qué carro traías? ¿Dónde lo dejaste? ¿Dónde vives? Nuevamente golpes.
Está bien, me llamo Juan García López, vivo en… ¿Qué esperan? Lo llevaremos para que nos diga dónde es. Después de un rápido pero efectivo “chequeo” de la ubicación de la casa señalada, se inicia el operativo; debo acercarme al local con toda la “normalidad” que permite mi estado físico, seguido de dos paramilitares que llevan ocultas sus metralletas. En la esquina camuflado un vehículo y en su interior, tiradores profesionales que esperan impacientes entrar en acción.
Frente a la puerta, mis acompañantes se adelantan, llaman y se aprestan a un posible enfrentamiento; aparece una señora de mediana edad a quien encañonan al tiempo que preguntan cuántos y quiénes se encontraban en la casa. En un momento la casa es copada y medio centenar de policías entran, sobra decir que sin orden judicial alguna.
Esposado, me conducen al interior de la casa en busca de mis compañeros. Entrenados para este tipo de asaltos, los paramilitares comienzan a destrozar el mobiliario en busca de armas. Pronto caen en la cuenta de que la única persona que se halla casa es la señora y entonces los golpes contra mí no se hacen esperar. La dueña de la casa no logra articular palabra ante el atropello de que ha sido víctima.
Al verse burlados, los paramilitares se desquitan golpeándome; a rastras soy llevado a la camioneta, que descubro no tiene placas nacionales y me obligan a postrarme ante el jefe. Sin dejar de recibir un solo momento golpes, grita: por esto que hiciste te vas a morir; ¡mira como dejaste mi carro con toda tu sangre! ¡Límpialo! ¡Limpia todo esto! Me da un golpe en cabeza con la culata de su arma, provoca otra herida más, que se suma a la causada en el momento de mi detención, de ellas conservo cicatrices.
En tres ocasiones más di domicilios falsos produciéndose en esos lugares situaciones parecidas de allanamiento; en dos casos los moradores también fueron objetos de golpes.
Al no encontrar lo que buscaban, me conducen a otro lugar desconocido. Tendiendo sobre el piso de la camioneta, vendado y esposado. Por mi mente pasan imágenes de todo tipo, imaginaba que rodábamos por una carretera, yo conducía el automóvil y en la contemplación del paisaje del campo me refugiaba.
Llegamos al lugar, afuera se oía ruido de autobuses. Bajamos por una rampa, estacionada la camioneta soy bajado de ella, subo unas pequeñas escaleras para entrar a un lugar donde se sentía demasiado calor y se escucha el sonido peculiar de los ventiladores eléctricos.
Otra vez en una silla y quitada la venda, me veo rodeado de agentes en un cuarto todo pintado de negro, enfrente de mi una mesa del mismo color la que iluminan potentes reflectores situado de tal forma que si alguien se coloca a trasluz o pasa por enfrente es difícil distinguirlo, los reflectores sirven para iluminar directamente la cara de quien interrogan.
Me desnudan, comienza el tormento con la “cámara”, así le llaman aun trozo de madera como macana. Con ella “toman fotos” de muslos y glúteos. En estos momentos escucho con extrañeza la voz de una mujer en el cuchicheo del “público”. Después de cada pregunta una serie de golpes o “fotografías” de diversos tamaños, infantiles, para certificado y pasaporte.
¡Tómale una para pasaporte a este cabrón! Una, dos, tres,…veinticuatro, veinticinco.
Hijo de tu… pareces burro! Te estoy preguntando dónde vives, ¡contesta!
No, dice alguien, si les digo que a estos los entrenan.
¡Traigan agujas o palillos para que sienta lo que es bueno! ¡Firme! No te vayas a caer, no vayas a vomitarte, si lo haces haré que limpies con la lengua. Te digo que firmes, ¿no oíste?
Ahora debía permanecer de pie con los brazos en alto, sin hacer el menor movimiento. Por un tiempo cesa el interrogatorio.
En las condiciones que me encuentro pierdo la noción del tiempo, éste parece no transcurrir. Sabiéndome en un cuarto obscuro, vigilado, la venda puesta; vivo en una total obscuridad y soledad. Al no poder continuar más tiempo de pie, me desvanezco; pierdo el conocimiento.
Con agua fría me hacen reaccionar. Una “doctora” revisa mi estado físico. No tienes nada ¿verdad?, nosotros no te hacemos nada. Diles a los señores lo que quieren saber., No te duele nada ¿o sí? ¿Verdad que te sientes bien?
Como las “fotos” no dieron resultado, reiniciaron con toques eléctricos con la picana. Con ella recorren de pies a cabeza mi cuerpo desnudo; la detienen en órganos genitales, ano, pecho y axilas. Las preguntas son las mismas las respuestas también.
Vuelven a mostrarme fotografías de compañeros que son buscados y perseguidos porque sospechan que tienen alguna relación con la actividad revolucionaria de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Cada una le debo de ver detenidamente, si alguna no la observo detenidamente es apartada del resto. Entre ellas se haya la de “Bruno”, cuyo nombre verdadero es Frederick Alonso Puchel, originario del Estado de Yucatán, quien permanece desaparecido desde el 4 de octubre de 1979 y que fue hecho prisionero estando herido, después de un enfrentamiento con la policía en la colonia Nativitas en el D.F. En la fotografía aparece en cama de hospital, con los ojos abiertos y con una sonda en la nariz.
Ahora sé en qué hospital tenían a “Bruno”; lo conozco porque yo ocupé la sala donde él permaneció en calidad de detenido-desaparecido y hasta donde Francisco Sahagún Baca llegaba para torturar en forma personal al camarada. Quienes lo conocieron, entre ellos sus guardianes, cuentan la valentía y convicción de Frederick. A él le fueron extraídas las uñas de pies y manos e insertadas agujas. Los cuatro orificios provocados por arma de fuego a la hora de su detención no podían cicatrizarle, pues el exdirector de la desaparecida DIPD le placía torturarle ahí.
Frederick permaneció en el lugar que actualmente ocupa el edificio de visita íntima de la Penitenciaría del D.F., el cual hasta antes de 1983, era un sitio que aun estando dentro de la Penitenciaría, no se conocía, ni mucho menos se tenía acceso. El actual régimen debe responder por su vida; Frederick vive, exijamos su presentación.
En el mes de mayo de 1985, Jaime Lagunas y yo, desde la prisión enviamos pruebas, basadas en toda la documentación de nuestra averiguación previa, de que Frederick Alonso Pucnel vive; ante la Federación Internacional de los Derechos del Hombre (FIDH). Hoy lo anexo nuevamente.
Álbunes completos tiene la policía en su poder de gente que sospecha milita en organizaciones clandestinas, de gente que buscan pensando que pertenece a la Liga e incluso personalidades de partidos políticos registrados.
Entre todas las fotografías se encuentra la mía. Nervioso, la paso de manera apresurada, es apartada. Hasta ahora cada vez que preguntan mi nombre completo contesto; Juan García López, originario de Veracruz, nombre de padre y madre coincidente con los apellidos mencionados y ya finados. La fotografía que tienen en su poder la obtuvieron del archivo escolar del Colegio de Ciencias y Humanidades donde estudiaba; me la tomé a la edad de 15 años y en el año de mi detención, 1980, contaba con 20, el parecido no era mucho.
Veo las fotografías repetidas veces. De pronto se abre la puerta, se escucha un grito: ¡Atención! Todos los presentes se ponen en posición de firmes. El silencio es roto por la voz del “Señor” (como se refieren al recién llegado).
¿Cómo te llamas?, reinicia el interrogatorio.
–Juan García López “Samuel”…
¿Quiénes iban contigo? ¿Cómo se llaman? Mira, voy a proponerte un trato. Estos (mostrando las fotografías) son el “Piojo” y la “Morena”. Tú ya caíste y poco nos importas. Nos interesan ellos. Dime dónde viven, cuándo los ves. Debes conocer su casa, sólo que te has querido pasar de listo, contando y diciendo puras mentiras. Dime y te doy dinero, papeles, un boleto de avión para que viajes al país que gustes, ¡rehaces tu vida! No digas nada ahorita, piénsalo.
Escucho otras voces. Este güey debe ser el “Viborita”. Fíjate en la foto, mírala bien, tiene algún parecido. ¡Traigan el expediente de ese cabrón!
Luego de dos o tres minutos de espera, alguien ordena: Pónganle la venda y sáquenlo para que vea algo. En calzoncillos soy sacado de la “paquetería” o “cocina”, como ellos llaman al lugar donde me encuentro.
Subiéndome un poco la venda, ordenan que vea, en el piso, yacen 3 cuerpos: dos mujeres y un hombre.
¿Quién es ésta? Es “Tere” ¿Verdad? Y ésta de acá (llevándome hasta el cuerpo tendido) es “Brenda” ¿O no? Y este otro ¿Quién es? ¿Cuál es su seudónimo?
No puedo articular palabra alguna ante los cuerpos ensangrentados de mis compañeros, siento un profundo vacío en mí, no puedo aceptar que estén muertos. Ganas de llorar no siento, rabia tampoco; resignación ante la impotencia de no poder hacer nada.
Rosalina Hernández Vargas, “Tere”, había destacado como dirigente de activista en el movimiento estudiantil, como estudiante del CCH Azcapozalco. A la hora de su muerte era miembro brigadista de la organización. Su hermano Sergio Hernández Vargas, también militante revolucionario, se encontraba como desaparecido político desde 1978, año de su detención por cuerpos policíacos.
Amanda Arciniega Cano, “Brenda” su trabajo político lo desarrolló en la industria maquiladora de su tierra natal, Cd. Juárez. Actualmente se encuentra recluida en la cárcel de Mujeres del D.F., purgando una condena de 38 años de prisión.
José Leilijut Pérez, “Gabino” obrero de vanguardia de un sector obrero de vanguardia por excelencia: el electricista. Formado en el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME). A la hora de su caída formaba parte del Comité de Prensa de la Liga.
Los habían trasladado en la cajuela de un automóvil. Dos cuerpos se veían rígidos y con una herida en la cabeza. A “Tere” un hilo de sangre le surcaba la cara. “Traigan alcohol, ésta vive. Era Amanda. Los otros ya estaban muertos.
Regresamos al cuarto. Llegó de nuevo el “Señor”:
Conque del Comité Militar, ¿no? Pinche guerrillero nos quisiste ver la cara de pendejos, ahora te vas a morir, pero antes nos vas a decir todo lo relacionado con tu actividad dentro de la Liga y no quiero mentiras. Tú eres Eladio Torres Flores, alias “La Viborita”, originario del Estado de Puebla. Siguió el nombre de mis padres y hermanos.- Asombrado de la exactitud de los datos no atino a saber qué harán ahora.
Ya sabemos todo pero queremos que tú mismo nos lo digas. Muchos amigos tuyos que tuvimos aquí, nos contaron de ti, aunque los de la Casa del Estudiante Poblano, nos dijeron puros “choros”.
Los compañeros de la Casa del Estudiante, Rufino Guzmán y Juan Chávez Hoyos, padecieron la tortura y la desaparición forzada, por el único delito de haberme conocido y mantener amistad. Ellos han sido presentados, después de casi tres años recluidos en una cárcel clandestina y son muestra viva de que la detención-desaparición existe en mi país.
Dándome hoja y pluma el señor ordena: Vas a escribir toda tu vida, desde el día que naciste hasta hoy; dónde estudiaste, quién te conectó con la Liga, en qué acciones militares participaste; a cuantos mataste y acuérdate bien de todo. Saca de entre sus ropas una pistola tipo escuadra y vuelve a sentenciar: me dices la verdad o te mueres. Por haberme estado mintiendo ya no hay trato, ahora dirás todo y con detalles. A pesar de la potente luz de los reflectores en el momento en que se pone frente a mí, puedo distinguir su tez blanca, el reflejo de la luz de sus ojos claros, una persona inconfundible: Miguel Nazar Haro; a la sazón director de la Dirección Federal de Seguridad (DFS). Te vas a morir, dice (con el cañón de la pistola apuntándome en la cabeza)… La eternidad se interrumpe al golpe del martillo al jalar del gatillo… ¡no tenía tiro en la recámara! Sólo había sido el simulacro. Así que no quieres decir nada, no seas pendejo, valen más los héroes vivos que los guerrilleros muertos. Sabemos que luchan por un ideal pero están pendejos, porque aquí en México ¡nunca llegará el comunismo! Cómo tú luchas por él y yo lo combato, eres mi prisionero de guerra, y puedo matarte o dejarte con mis muchachos para que te revienten la madre. ¿Quieres que te traiga a tu familia también? ¿Qué hacían, en dónde se encontraban dentro del organigrama de la Liga, quiénes están afuera y dónde vive el “Piojo?” Piénsalo y quiero que me resuelvas antes de las cinco de la mañana. Ya sabes lo que harán mis muchachos contigo, si no hablas, a esa hora. Si no se decide a hablar este cabrón antes de las cinco de la mañana, lo matan-. Todos permanecen en posición de firmes cuando sale.
Permanezco sentado, vigilado por varios guardias que no dejan un solo instante de hostigar. Te faltan 3 horas… 2… 30 minutos, 20… 5… ¡Las 5 en punto! ¡Párate! ¡Firme! Las piernas las tengo inflamadas, adolorido del cuerpo. El sueño casi me vence, tambaleo, caigo al piso, Quienes estaban detrás de mí quisieron ayudarme, pero el que daba las órdenes no lo permitió ¿Porqué no aceptaste lo que te propuso «el señor»? ¿A poco deveras crees en la Revolución? Porque aquí jamás se va a dar, no ves que vivimos en un país libre y democrático y no en una dictadura. Si, creo en la revolución contesté. Ponte tu pantalón ¿No traes chamarra? ¿Quieres que te preste la mía? ¿Tienes sueño? ¡Hijo de tu… madre! ¡Párate firme! No quiero que te muevas; si lo haces te tomaremos “fotos”.
De ahora en adelante la tortura física disminuiría; ya sabían dónde vivía y quién era. Se iniciaba la tortura psicológica, el quebrantamiento de tus convicciones, de herir, de aplastar cualquier tipo de resistencia, de matar en vida, de desmoronar la inteligencia, la integridad, la dignidad humana.
Preguntas e incluso discusión política sobre aspectos de la política nacional. Aquí es donde el detenido, creyendo tener los elementos, trata de convencer a sus captores de la justeza de la lucha revolucionaria. Expertos en este tipo de “interrogatorios” entran y salen, no van a golpear, van a platicar, conversan conmigo y logran su objetivo: hacerse de un cúmulo de datos, lugares, maneras, hábitos, formas de repartir propaganda; hasta el tipo de zona para vivir, los automóviles, el vestido y en dónde se compra la comida. Entre todo lo que “platican” contigo, arman toda tu vida y hábitos conspirativos de la actividad revolucionaria.
Lo que tú digas resulta de una utilidad incalculable para apresar, asesinar o desaparecer a compañeros. Hablar de quien conociste, cómo era su carácter, cuándo fueron apresados o asesinados, qué línea política mantenían, quién más político, más militarista, etc. Y pensar que de nada sirve ya a la policía, pues todo lo que se cuente de los compañeros ya lo saben, es un grave error. Con no delatar de manera directa a los compañeros, es de inmediato suficiente, pero es mejor nunca hablar.
Nuevamente sentado, vendado y esposado, escucho el entrar y salir de gente hablando en voz baja.
Los días transcurren y en el estado de cautiverio en que me encuentro se pierde la noción del tiempo. Pero tuvo que ser a principios de mayo de 1980 cuando ya “ablandado” se me pone a “trabajar”, es decir, salir a la calle, a los lugares donde viviste, casas, escuelas, sitios de trabajo político, etc. El objetivo: que señale a quien conozca y, así al “topón” se le aprehenda o liquide.
A pesar de saber que ya no encontrarán a nadie en tales sitios, les resulta provechoso visitarlos, porque indagan con vecinos sobre quiénes, cuántos y cómo eran los que vivían ahí. El seguimiento que pueden realizar con las mudanzas, al encontrar aquélla que se utilizó para el cambio de domicilio, también es importante para ellos.
Hoy sé, por ejemplo, que la Dirección de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD), y concretamente el “Grupo Jaguar”, con uno de sus comandantes “Rudy”, llegó a finales de 1979 hasta la casa donde yo vivía. Investigaban en ese entonces la muerte de cuatro agentes de esa corporación abatidos meses atrás por ese rumbo. En la investigación se propusieron conocer a todos y cada uno de los habitantes de la zona a través de una especie de censo. Invitando a suscribirse a un periódico lograron su objetivo.
Recuerdo, efectivamente, que a mediados de septiembre de ese año, tocaron a la puerta de mi casa; acudí al llamado y cinco hombres bien vestidos, acompañados del repartidor, me dieron las buenas tardes y me propusieron estar bien informado leyendo El Sol de México.
A la hora de mi detención llevaba conmigo una credencial del INJUVE, con el nombre de Jorge Sánchez Jasso, misma que había sido de utilidad para poder acreditarme ante el dueño de la casa que renté, para habitar. Mismo nombre con el cual me suscribí a El Sol de México. La policía vigilaba ese lugar desde 1979, no obstante estar, o al menos aparentar, abandonada. Ciertamente, en octubre de 1979 se abandonó por pensarse que se había “quemado” con la detención de un camarada; pero a principios de 1980 se volvió a ocupar.
“Los Jaguares” llegaron y preguntaron sobre los habitantes de esa casa. Se les contestó que nadie vivía ahí, que estaba abandonada, lo que bastó para que no intentaran entrar, aunque a partir de esa fecha tal lugar fue vigilado de cuando en cuando, considerándolo sitio sospechoso.
«El señor» quiere que te saquemos a “trabajar” para que pongas el dedo a quien veas en la calle y agarrar al “topón”; es más, te vamos a sacar a los lugares donde se ven; vamos a ir a CU, a Zacatenco, a iglesias y mercados. Alguien tenemos que aprehender y tú los vas a reconocer o ellos a ti.
En los lugares mencionados detenían a cualquier sospechoso; éste, por estar parado tanto tiempo en un mismo sitio; aquél, por llevar bajo el brazo un paquete envuelto en una bolsa de plástico (como a veces así se portaba el «Madera», bien podía ser un camarada); otro más por caminar en ese momento por el lugar o rondar por ahí. Todos eran subidos a la camioneta Vam o a los carros donde nos transportábamos; ahí eran interrogados y golpeados: nombre, dirección, ocupación, a quién esperaban.
Si nada obtenían, nuevamente se me torturaba; golpes y patadas, largo rato en posiciones incómodas, vas a hacer 500 lagartijas.
Tú debes conocer gente de fuera (del D.F.); estuviste en Sonora; ¿A quién conoces?, ¿Cómo le dicen? Si estuviste allá, nos vas a llevar a donde viviste. Mañana salimos.
«El Tigre” nos espera, dice alguien. A quien se refiere es al avión tipo ejecutivo de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) en el cual volamos minutos después. Me entero: llevamos de piloto al mismo que desempeña ese oficio con el ex presidente Díaz Ordáz; nueve paramilitares viajan conmigo “en misión especial”.
En la capital sonorense soy llevado hasta las oficinas de la Dirección Federal de Seguridad Estatal donde soy esposado de pies y manos a unos barrotes que sobresalen de la pared del cuarto donde se me recluye. En esa situación y de pie permanezco dos días. Por las noches no puedo dormir así, pero hay órdenes de que nadie se me acerque, “porque están entrenados para hacer con cualquier cosa un arma mortal”; ni siquiera llevarme al baño.
Engrilletado a la pared soy objeto de nuevos golpes.
Jefe, déjenos con él una media hora y va a ver cómo canta hasta en chino.
Preguntan por quienes conozco en la Universidad de Sonora y en la Colonia Proletaria, por militantes de partidos y organismos legales, etc. Ahí también me muestran álbunes completos con fichas y fotos de camaradas, en su mayoría muertos, y dirigentes locales, activos participantes en la lucha social del lugar. El control policíaco es absoluto. Datos precisos, como nombres, direcciones, amistades, los tienen al día.
Durante el tiempo que estuve ahí puede escuchar que diariamente, por vía telefónica, se informa sobre el desarrollo del movimiento a la “oficina”. Por ejemplo, la conmemoración del primero de mayo, el reparto de propaganda revolucionaria un día después.
La coordinación que existe entre la policía y los industriales de este lugar es asombrosa; son estos últimos quienes financian a grupos fascistas como “Los Micos”, que frecuentemente atacan al movimiento democrático en la universidad y al movimiento popular en general.
Gerentes de empresas, supermercados, bancos, etc., facilitan toda clase de información, archivos laborales, fotos del personal que labora o laboró con ellos. El grado de sistematización de la información del movimiento llega a niveles increíbles que recuerdan a la Ojrana zarista y a la Gestapo nazi.
Se hacen los preparativos para llegar a la casa que supuestamente conozco. Los paramilitares simularán ser turistas, con cámaras fotográficas colgadas del cuello, algunos con pantaloncillos cortos, otros con pants; eso sí, todos con armas cortas. Para poder tocar en todas las casas de la zona donde dije que se ubicaba mi antigua casa, nos acompañan dos mujeres, quienes realizarán una encuesta. Junto con ellas, dos hombres con armas ocultas y pequeñísimas cámaras fotográficas que les permitían sacar placas de casas y de sus ocupantes.
Quien coordina el operativo se mantendrá a una distancia prudente de los “encuestadores”, en un carro donde estará él conmigo. La consigna es que a cualquier sospechoso, “que les lata”, que intuyan que pudiera ser, se le tire a matar.
Y “les latió” una señora que osó no permitirles entrevistarla, argumentando estar ocupada. Les cerró la puerta, o lo intentó, ya que un paramilitar se lo impidió; penetraron a su casa sin su consentimiento; la mujer corrió al teléfono –quizás para pedir auxilio- y murió abatida a tiros.
De regreso a la oficina, quien le disparó diría: “su actitud fue sospechosa y por eso disparé”. El cadáver, por supuesto, lo desaparecieron. Así actúa la Brigada Blanca.
En esos días todo Hermosillo fue intensamente patrullado por la DFS esperando detener a alguien. Sobra decir que nada consiguieron.
De regreso a la Ciudad de México. Detenido-desaparecido en la celda de un metro cuadrado, los días pasan, se vuelven rutinarios, se sabe que es de mañana cuando alguien entra a asear el lugar y el olor a pinol permanece por un rato; posteriormente llega el desayuno, café y huevos revueltos con frijoles; a medio día la comida, una torta y naranjada; por las noches repites naranjada y torta.
Entre interrogatorios y suposiciones del tiempo que se lleva detenido, el encierro va tomando senderos desconocidos hasta ahora. Por las noches o de madrugada, cuando el silencio es absoluto y el monótono ruido del ventilador eléctrico te entretiene, como procedimiento de lavado cerebral y tortura psicológica comienzas a escuchar música romántica: “A partir de mañana empezaré a vivir la mitad de mi vida, a partir de mañana…” y los recuerdos acuden a ti en tropel; no logras asimilar bien a bien alguna impresión que aquellos causan cuando vuelve a traerte la nota melódica. “Hasta el día de hoy, sólo fui lo que soy, aprendiz de quijote. He podido luchar…” Y el estado de ánimo cambia: coraje, angustia, soledad, ganas de desahogarte de cualquier manera. Tú en ese momento te sabes real, cierto; estás consciente, seguro de lo que eres; más, ¿Cuántos aparte de ti saben que en un lugar oscuro y húmero existes?, esos son los primeros estragos del mensaje melódico y calan hondo en mí. Se desata una guerra interna, en silencio y en absoluta soledad. Ganas las primeras batallas, pero la voz y el tono cambian, es otra melodía. “El final se acerca ya, lo esperaré serenamente… y bien todo esto fue a mi manera…”.
En general, el estado de ánimo que provoca la música romántica es depresivo, una y otra vez, noche tras noche, es el mismo tratamiento.
Un día, después de la primera torta y naranjada, soy sacado a “trabajar”. El día es especial, dicen: tienen conocimiento de que un importante miembro de la organización acudirá a una cita; me llevarán para que diga cómo y qué haría yo puesto en el lugar de quien se espera, así como para que lo identifique y señale.
En el trayecto, voy enterándome del plan elaborado por la policía, del lugar exacto del “recontacto” y de quién acudirá a la cita: una mujer. A quien esperaban en el lugar del “recontacto” era “Paula”, seudónimo de la camarada; Teresa Gutiérrez Hernández, compañera desparecida a finales de 1981 al parecer junto con otro compañero; Víctor Acosta, profesor de la Preparatoria Popular Tacuba. Ella a la hora de su detención, formaba parte del Comité Coordinador en el D.F. de la organización.
El sitio de reunión no es un lugar fijo, el contacto se hará caminando sobre la avenida Cuauhtémoc, desde Río Churubusco hasta Municipio Libre. Así pues, “Paula” tendrá que caminar de un lugar a otro, esperando con quien tiene la cita haga lo mismo y en el trayecto se encuentren. Esta forma dificulta en cierta medida que la policía pueda detenerte con facilidad; pero la policía ha montado sofisticado operativo.
Además, quien camine será seguido muy de cerca por una pareja de policías. Ella aparentando un avanzado estado de embarazo y se sujeta del brazo de su compañero, de tal suerte que no despierte sospecha de que es “cola» de quien camina.
Las inmediaciones del lugar y sobre todo el trayecto de la supuesta cita son vigilados por más de un centenar de agentes, todos disfrazados: unos de médicos con su novia por la cercanía de una institución de la Cruz Verde; otros más como clientes en un puesto de tacos situado sobre la avenida; conductores de trolebuses, choferes de taxis. Habrá también francotiradores apostados en azoteas y en carros diversos, al igual que en motocicletas, varios más patrullarán el tramo señalado.
El carro en el que viajo de pronto se detiene frente a la puerta de un trolebús abriendo la puerta trasera, veo que a empellones y cogida del cabello bajan a una mujer y la arrojan junto a mí.
¿Quién es? ¿Es Paula? inquieren.
-No- digo.
¿No?, Hijo de tu… madre, si Jaime dijo que es ella.
¿Jaime? –Pienso- también a él lo habían llevado. El compañero fue detenido a las afueras de la Preparatoria Popular Tacuba, en donde era profesor adjunto; el 12 de mayo de 1980. Al igual que yo sufrió la tortura y la desaparición forzosa por más de treinta días. El compañero estuvo preso cinco años ocho meses acusado de la comisión de ilícitos que nunca cometió; nos toco compartir la misma suerte en las prisiones del D.F. en las que también fuimos objeto de represión y malos tratos.
La muchacha y yo somos vendados y todos emprendemos así el regreso hacia la cárcel clandestina, que hoy sé, era en los separos de la DFS. Ella es interrogada. Nada contesta y sólo entre su llanto se escucha: “Mi hijo”. Dice su nombre, su ocupación como trabajadora doméstica, la dirección de donde trabaja y de la cual no recuerda bien el número y lo mismo sucede con el teléfono. Es torturada por el solo hecho de ser sospechosa y de parecerse mucho a ”Paula”.
Una noche, después de firmar algunas hojas mecanografiadas, soy sacado de ese lugar.
Finalmente, el 2 de junio de 1980 me trasladan a los separos de la Dirección General de Policía y Tránsito y me ponen en una celda junto a Jaime Laguna, con guardia de vista, en espera de un nuevo interrogatorio porque lo que “dijiste en la Federal de Seguridad nos vale madres y aquí vamos a comenzar”.
El 5 de junio del mismo año, somos presentados a los medios de difusión; Dicen que hace tres días fuimos capturados y se nos acusa de la comisión de ilícitos o, a decir de Durazo, formamos una peligrosa banda de asaltantes y homicidas.
Permaneceremos en los separos primeramente y en una cárcel clandestina después hasta el 11 de junio de 1980 “para que afloje cosas que no dije en la Federal de Seguridad”.
Después de pasar por las procuradurías General de la República y de Justicia del D.F., donde, con el mismo sistema de golpes y amenazas, se me obliga a firmar “mi declaración” que nunca hice, y que sólo me presenté ante el Ministerio Público para firmar lo que ellos redactaron y lo que ni siquiera leer me dejaron. Soy trasladado junto con Amanda –presa aún en la Cárcel de Mujeres del D.F.-, Alfonsina y Jaime a la Cárcel de Xochimilco el 12de junio de 1980.
Durante 7 años de prisión, he sido objeto y testigo de la represión que se practica en los centros de reclusión. Todo el primer año en el Reclusorio Preventivo Sur fui objeto, aún dentro de la cárcel, de nuevos interrogatorios por parte de los cuerpos policiacos, con la anuencia del director y del jefe de vigilancia en turno. Han recibido trato “especial” mis familiares y los amigos que me visitan, a quienes se impide el acceso.
En 1981, acusados de intento de evasión, Jaime y yo somos trasladados a la Penitenciaría del D.F. y recluidos en una celda de castigo por más de un año. Antes de salir del reclusorio y al llegar a la penitenciaría somos objetos de tremenda golpiza; para nuestra recuperación requerimos de dos meses de estancia en la enfermería.
En mi estancia en la penitenciaría de Santa Martha Acatitla es donde por primera vez aparecen las secuelas de la tortura; sufro dipoplía por la contracción del órgano motor visual del ojo izquierdo, según radiografías obtenidas en el hospital del lugar. Cabe mencionar que jamás se me procuró atención médica adecuada.
A finales de 1982, regresé al Reclusorio Sur donde por más de ocho meses se me mantuvo incomunicado. El 22 de febrero de 1983, se dictó sentencia en primera instancia, imponiéndome 36 años cuatro meses de prisión, que tras una apelación se redujo a 32 años.
Por último, el 4 de octubre de 1984 fuimos trasladados de nueva cuenta a la Penitenciaría de Santa Martha Acatitla de donde el 24 de diciembre de 1985 salió libre Jaime Laguna y donde hasta hoy el que esto escribe permanece en calidad de preso político.
Con un fraternal saludo.
Eladio Torres Flores, preso Político en la PENITENCIARÍA DEL D.F., Abril de 1987.
Tomado del libro Testimonios de la Guerra Sucia, Editorial Huasipungo Tierra Roja publicado en 2005.
Finalmente Eladio Torres Flores fue liberado El 29 de agosto de 1989 bajo la modalidad de libertad condicionada.